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Dr. Alan Regueiro

Miente


Miente, miente, que algo quedará…

Famosa frase de la que sin duda todos conocemos al autor. Goebbels afirmó en el Palacio del Deporte alemán, que un buen gobierno sin propaganda es tan improbable como una buena propaganda sin un buen gobierno. Y tiene la razón. La propaganda siempre es opinión en favor de intereses bien definidos.

La guerra de pañuelos nos está dejando agotados. Nunca imaginé que este país tenía tanta tela para hacer tantos pañuelos.

Argentina ha entrado en el bucle de la sinrazón, donde la mediocridad intelectual y la rigurosidad académica han pasado a segundo plano, y lo que durante años solo se veía en las canchas, ahora lo vemos a diario en las calles, en la prensa, en las dichosas redes sociales.

¿Dónde se encuentra el problema? el problema está en la opinión. Nos han hecho creer durante años que la opinión era un derecho que poseíamos todos. La doxa, tan criticada por los filósofos antiguos, principalmente por Aristóteles, parece ser el adalid de la libertad.

¿qué nos ha hecho la episteme? ¿por qué nos molesta tanto la ciencia y toda “terminología académica”?

La profecía de Santos Discépolo se cumplió a la perfección: “lo mismo un burro que un gran profesor”. Y dale nomás…

Hoy en día es imperiosa la necesidad de opinar de todo. Absolutamente. Y si la opinión va en contra de la evidencia, pues que se joda la evidencia. Hoy va a misa lo que la mayoría piense.

Frente a todas estas cuestiones, aunque a muchos les moleste, es necesario preguntarse, ¿cuál es el rol del que sí sabe de un tema específico? ¿Cuál es el rol del médico? ¿del abogado? ¿del filósofo? ¿del maestro? Si nos callamos y cedemos a la opinión, ya está, cerremos todo, quememos los libros al mejor estilo de la novela de Ray Bradbury: Farenheit 451, y sálvese quien pueda.

El rol del que sabe, por su propia naturaleza debe ser el de enseñar al que no. Es uno de los mayores bienes que se le puede regalar al hombre.

Pero la sociedad está empeñada en la doxa. Aquí solo se quiere opinar. Y, es más, la opinión para colmo no tiene que molestar a nadie, tiene que ser una opinión impregnada de agua oxigenada. Es tan difícil opinar hoy en día, que sorprende que tantos lo hagan. Supongo que es porque aún es gratis. La gratuidad de la opinión…

Pero de gratuidad a gravedad hay un paso. Porque no siempre lo gratuito es lo mejor.

La gravedad reside en que la doxa tarde o temprano choca con el dogmatismo. La dogmatización de la opinión. Pero a nadie le gusta que le digan lo que tiene que hacer.

André Malraux dijo: “El siglo XXI será espiritual o no será”. Ada Colau sin embargo dijo: “el siglo XXI será feminista o no será”. Al final el siglo XXI terminará siendo una chapuza. Pero yo no quiero hacer de mi siglo lo que me digan que haga de él. Porque si un futuro se vislumbra desde un horizonte incuestionable, estamos condenados. Y la historia ya lo ha demostrado. Si el paradigma de futuro no está liderado por la solidaridad y la verdadera inclusión, no la inclusión que se escribe con “e”, estamos acabados.

Voy a proponer un ejemplo: hoy me encontré por la “plataforma de opinión por excelencia”, aquella que su título habla de un book, aún, cuando el book es lo que falta, la foto de una niña, con su pañuelo verde, de brazos cruzados pisando el muñeco de un bebé. Lo interesante siempre son los comentarios, exquisitos, por cierto, porque confirma lo que aquí se expresa. Un sinfín de comentarios, de graduados en opinología, que, por un lado, condenan a la niña a la hoguera, y por otro, la presentan como el modelo de la revolución anhelada.

¿qué es la foto de la niña con pañuelo verde pisando el muñeco de un bebé? Una niña que no sabe, que no sabe lo que hace, porque, como diría Chesterton, no sabe lo que deshace.

Ella es el reflejo de la angustia colectiva. Es la descripción de la manipulación del dolor. Ella es el modelo del hastío, de una sociedad derrotada, donde la premisa principal es “sobrevivir”, por eso pisa el muñeco que representa lo otro, distinto de ella. No sabe, nadie le ha enseñado el juego de lo real, lo simbólico y lo imaginario. Ella solo hace lo que le dicen, por eso se cruza de brazos.

Nietzsche diría de ella que es una oveja. Es parte del rebaño, sus padres y nosotros también. El peligro de la moral del rebaño está en el convencimiento de que está alcanzando una libertad y no se da cuenta que se está encadenando a otro tipo de esclavitud. A su vez, está convencida de que el otro, el “enemigo” siempre estará equivocado.

Ni amo ni esclavo: espíritus libres se necesitan. Este espíritu libre tiene dos notas esenciales. Por un lado: la humildad. La humildad es reconocer que el vaso no está lleno, que aún hay espacio para algo nuevo, algo que nos salve.

Por otro lado: el espíritu libre guarda silencio. Es silencioso frente a lo que desconoce, porque como diría Wittgenstein al final del Tractatus: “de lo que no se puede hablar, es mejor callar”.

Y no se me confunda, aquí no se trata ni de Dios ni nada de esas cuestiones metafísicas y trascendentes. No es apología de nada. Aquí no hay lucha del hombre contra Dios. (Dios ha muerto, ¿lo recuerdan?) Aquí es una lucha del hombre contra el hombre. Homo homini lupus, decía Hobbes, “el hombre es lobo contra el hombre”.

Y no se trata tampoco de una lección moralizante, no es una reflexión ética de: “Que mal están ellos, que bien estoy yo”. Es mas bien una reflexión de la libertad y desde ella, aunque yo también soy esclavo de un sistema. Si por libertad entendemos un acto voluntario que es el resultado de la autoconciencia y la autodeterminación podemos darnos cuenta del error que cometemos cuando lo que hacemos lo hacemos por un impulso o por un convencimiento ajeno a nosotros. Ojalá ninguno de estos “pensadores” diga: “El siglo XXI será domesticado o no será”. La enajenación de la voluntad parece ser como será el siglo XXI.

Veremos…

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