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Paula Lérmontov

Cuando la historia se resiste a pisar la calle


Una crónica directa sobre la relación entre filosofía, historia y turismo en la Grecia del presente.

En los comercios y puestos callejeros de Atenas abundan objetos: ceniceros, posavasos, hasta monederos adornados con las figuras de los pensadores más populares de la antigua Grecia. Sin embargo, en el intento de recuperar sus historias particulares entre esas calles oblicuas de la capital, entre los paisajes verdes del norte o a través del discurso de los atenienses actuales, me adentré en un laberinto frío de la memoria antigua.

Llego a Atenas en pleno julio cuando el sol acosa cualquier rincón de la ciudad. Me dispongo a organizar un paseo filosófico que era en definitiva lo que más me había atraído a la hora de elegir el destino. Aunque una sepa, que para cada "origen" -como la peli de Di Caprio- hay otro origen, los académicos modernos hace 200 años se encargaron de construir sofisticadamente un origen para la filosofía colocando en el centro a tres figuras emblemáticas: Sócrates, Platón y Aristóteles.

Empiezo por buscar rastros del Liceo de Aristóteles, el cual abrió sus puertas al público en el 2014. Inauguro una conversación forzosa en un inglés a martillazos con un mozo de un bar a pocos metros del Partenón. Aventuro en la conversación: "¿El Liceo de Aristóteles está cerca de acá no?", no sabe qué decirme y luego de unos segundos expresa: ¿A qué te referís con Liceo? Llego al hostel, y allí intento de nuevo con el tipo de la administración, su respuesta es "I don´t know, sorry", frase que escucharía como un mantra posteriormente. Miro lado a lado la totalidad de folletos disponibles, google maps, mapa papel, carteles y ninguna referencia.

Decido salir y dar una vuelta por el museo de arte antiguo, le consulto a un guía. Se ríe. "Creo que se puede ir, pero no sé bien donde queda" -me dice mientras me da un papelito con un teléfono de línea que decía Aristóteles dos puntos: 4422... Ahora la que me río soy yo: llamo al más allá y nadie me contesta. Vuelvo al hostel agotada de dar vueltas por la ciudad y vuelvo a probar con la llamada. Me atiende la señora Aristóteles y me pasa una dirección. Al otro día voy hasta el lugar. Cuando me sitúo en las coordenadas exactas, con papel en mano, levanto la vista y el cartel dice: Museo Bizantino, una paradoja.

Finalmente, tras entrar, salir y dar vueltas la manzana (porque ahí no estaba), diviso una esquina que tiene dos palabras en griego moderno para mi inentendibles, pero claramente ninguna dice Aristóteles. Entro con miedo pensando que es una casa privada. Me recibe un señor muy viejito que me mira de costado, le pregunto, ya con pocas expectativas, si acá es el Liceo y me dice que sí, mientras se pone detrás de una ventana diminuta. Me acerco y veo los horarios de apertura y cierre "de 10 a 12 de 16 a 18hs". Hay solo 4 horas al día para visitar el lugar. El señor me cobra una entrada de 2 euros. La zona es pequeña, por eso camino muy despacio para estirar la estadía. Luego veo que hay dando vuelta una sola alma racional. Leo tres carteles que contienen información muy general sobre la actividad que se había desarrollado en el Liceo hace 300 años A.C y salgo de ahí creyendo que quizás todos los manuales de primaria, secundaria, la enciclopedia, los documentales, y en general los europeos hambrientos de bellos relatos, mienten descaradamente.

Me pregunto ¿cómo puede ser que, en plena lógica de expresión burda del capitalismo, en el sistema turístico mundial se obviara, excluyera, relegara en una esquina inhóspita al "gran pensador de occidente", al creador de la biología, la lógica, la física y en definitiva al pionero de toda la ciencia que conocemos hoy? Algo está desencajado ahora en mí, ya un disonante costado posmo, porque hasta pensé que les convenía. Entonces con el halo de entusiasmo me dispongo a ubicar a su maestro.

-Señor! ¿dónde encuentro la Academia de Platón?

- ¡Está lejos de acá!, me dice, ¡Pero podés llegar en transporte público!, me aclara.

Entonces rápidamente me subo a un bondi que me lleva a otro bondi y este a un tercero que me llevaría, en el mejor de los casos, al barrio platónico del mundo sensible. Me bajo, apelando al sentido común, en la calle Plátonos y camino hasta casi deshidratarme, mientras intento rastrear algún cartel con indicaciones. El barrio queda en las afueras de Atenas. Tardo más de 40 minutos en llegar. Camino varias cuadras, hay solo casas con persianas bajas y niños jugando en la calle. El silencio es hegemónico. Al llegar a un parque enorme empiezo a dar vueltas y me siento bajo los árboles para dejar de acumular el sudor. De repente a lo lejos, rodeado de arbustos, completamente aislado, veo un cartel. Me acerco y lo leo. El cartel tiene información de Platón. Pienso en que todo esto se trata de una estrategia para generar misterio, estoy completamente sola. Sigo por el parque casi dando por sentado que ese cartel tiene que ser una especie de platoseñal que me lleva a la cosa en sí. Pero Platón no reencarna.

La cuadra de su academia está completamente enrejada y abandonada, a lo lejos puede leerse aun lo que queda de una frase de Parménides que cobra mucho más sentido en este contexto "...y algo que existe, tampoco se puede convertir en nada". Doy unas cuantas vueltas, pero no hay forma de entrar, justo hoy (o ¿todo el año? ¿cómo saberlo?) tiene una cinta de no pasar. Camino nuevamente en dirección a la parada de colectivos, completamente desorientada y sin saber cómo analizarlo. Primero pienso que, si toda la filosofía es un pie de página de Platón, entonces el resto está todo enterrado y petrificado. ¿Cómo es que la historia de la filosofía se agota en su relato interno? Para remediar esta caída personal de los ideales de occidente, escrito por quienes creen también haber superado el idealismo, me siento a comer un sándwich de jamón y queso en la taberna "Plátonos", que brilla colorida en la segunda esquina del otro lado del parque de la "Akadimia", aunque esté vacía. Después de todo, el dueño de este lugar seguro habrá oído hablar de Platón.

Más tarde visito el monte Olimpo y hasta tengo intenciones, en mi estadía en Atenas, de acercarme a la cueva donde había sido condenado Sócrates, pero tampoco los dioses, ni el prejesús son alabados por el turismo paninternacional que sí promueve excursiones multitudinarias de horas y horas subiendo montañas para ver cristos, vírgenes y ángeles esculpidos que se repiten. Y así, voy cayendo en la posibilidad de que en realidad esta historia se resiste a pisar la calle, pero no porque no haya motivos para invocarla, sino porque su legado no coincide con los fines ni demandas turísticas de los grandes edificios, castillos, palacios, construcciones indestructibles, museos interminables, festivales del consumo. Así como tampoco consigue resignificarse por fuera de su historia institucional, ni ser apropiada por los mismos griegos, ni sus políticas, ni quienes los visitan.

Lo que encontré fueron posavasos y un par de ovejas ahistóricas pastando distraídas y acumuladas en un Partenón ficcional. ¿La insistencia en la inversión de los valores dominantes socráticos será lo que se resguarda? ¿O bien lo ontológicamente explotable del sistema turístico, "around the world", no cuenta aún con el apoyo hollywoodense para reinventar materialmente a los supergriegos? Lo cierto es que ni el Liceo de Aristóteles y su caminar peripatético, ni la academia modélica del futuro educativo occidental/universalizable parecen haber dejado ninguna enseñanza viviente sobre los espacios que rodearon la cuna democrática. El relato común también se arqueologiza.

Hay algo que crece como un monstruo dentro de las instituciones que no logra anclarse en los territorios que todos los días pisamos. ¿Por qué recordamos a quienes recordamos? ¿Por qué valdría la pena? ¿Las sociedades guardan también sus dólares abajo del colchón y mueren sin gastarlos? Se suministran nombres propios como estampas de remeras que, al igual que las invisibilizaciones, destripan las palabras, los proyectos, los sentidos, las potencias. Seguramente algunas y algunos de nuestros pensadores históricos latinoamericanos portan el mismo destino de ser cristalizados no solo en la piedra o entre las paredes, sino en la continua pérdida de invocación común, de reinterpretación, en el olvido de su forma de haber andado por la vida, sus aportes, actualizaciones y los lugares que han transitado. Otras y otros viven en el pueblo, dependen de esa recuperación constante, de esa repetición que no puede quedar ni enclaustrada, ni siempre en manos de alguien más, porque ese alguien más necesita de nosotrxs para ponerla en acción. "...Y algo que existe, tampoco se puede convertir en nada"

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