No se tiene muchas veces clara idea de la diversidad de culturas que atraviesan la identidad latinoamericana. Esto mismo que escribo es apenas un intento provisorio y limitado de entender y pensar de manera individual pero abierta a nuevas miradas para integrarlas.
Comenzando por la “justificación” geopolítica-histórica que determinó que llamemos a este continente como “América”, término al que se la agrega la palabra “Latina” con la idea de establecer nuestra raíz de ese origen. Lo mismo ocurre cuando decimos “Latinoamérica”. En ambos casos decir “América Latina” o “Latinoamérica” ya implica una toma de posición del sujeto que la dice. Y ese posicionamiento es claramente eurocéntrico en igual medida que el llamado “indigenismo” que pretende hacernos regresar a los Incas o los Aztecas de hace 500 años atrás. Entiendo que una y otra posición es lo nos hace “híbridos”, estériles. Por el contrario, pensar nuestra identidad como el fruto de una “fusión” de culturas es lo que nos hará fértiles y únicos frente a la inevitable globalización y el imparable desarrollo y avance de la ciencia y la tecnología del siglo XXI.
Cuando hablamos de “cultura” americana o latinoamericana nos referimos a la multiplicidad de culturas que a la vez la co-forman, es decir integran, enriquecen y se amalgaman a esta cultura. Valga la redundancia para tratar de explicar esto. El filósofo y antropólogo argentino, Günter Rodolfo Kusch se refería al continente como “Nuestra América” o “Abya Yala”, la denominación que hacen diversos pueblos indígenas. La cultura kuna sostiene que ha habido cuatro etapas históricas en la tierra, y a cada etapa corresponde un nombre distinto de la tierra conocida mucho después como América: Kualagum Yala, Tagargun Yala, Tinya Yala, Abya Yala. El último nombre significa: territorio salvado, y en sentido extenso también puede significar tierra madura, tierra de sangre”. Así esta tierra se llama “Abya Yala”, que se compone de “Abe”, que quiere decir “sangre”, y “Ala”, que es como un espacio, un territorio, que viene de la Madre Grande.
Un poco de historia antigua para entender el presente.
Por ejemplo, Egipto antiguo, es decir, hace más de 5 mil años atrás, se caracterizó por ser una civilización que integró pueblos diversos que habitaban la ribera del río Nilo y la Mesopotamia. En algún sentido se puede decir que Egipto fue un universo pluricultural. Para el pensador egipcio Samir Amin, Egipto fue el primer Estado organizado, al contrario de lo que se suele pensar que el estado nació con la burguesía europea. En efecto, lo que surge en Europa es el estado burgués pero el estado como un modo de organización y control territorial ya existía. Culturas hubo y hay muchas, algunas más desarrolladas o importantes que otras.
Acá, no se sabe bien que se quiere decir cuando se habla de culturas “indígenas” y al mismo tiempo se habla de “interculturalidad”. Es que ambas formas de exposición están atravesadas por un enfoque eurocéntrico. Una, supuestamente para defender a los llamados pueblos originarios, y otra, la mirada más evidentemente europea pero no menos que la primera, para sostener la primacía de la conquista y la colonización europea. Ese esquema de exposición es como un velo que no permite ver correctamente el problema. Se hace necesario correrlo para intentar una mirada más profunda y sin preconceptos ideológicos.
Hegel y nuestro enfoque eurocéntrico.
Para Hegel, la América que él tiene delante no es ya la creada por los pueblos originarios, estamos hablando de 1830 aproximadamente, ya se habían producido la mayoría de las independencias en este continente y también estaba en plena marcha la Revolución Industrial en Europa. El triunfo de ese proceso que desató todas las energías capitalistas le hace ver o creer a Hegel que Europa está en el centro del mundo. Hegel desconoce a Moctezuma y a Cuauhtémoc y a los aztecas, los mayas, los incas, entre otras culturas nativas de estas tierras. Pero, además, no quiere saber nada de Bolívar, San Martín u O'Higgins, sus contemporáneos. Una mirada parecida tendría también Carlos Marx sobre América.
Lo notable es verificar en Hegel una ignorancia extensísima sobre el hecho americano, cuando él proclama que lo americano no forma parte de la historia universal corta de un tajo las relaciones que han podido existir entre los dos hemisferios a partir de la penetración europea que comienza en cuanto Colón abre el camino en 1492, fecha que históricamente da comienzo a la modernidad, según la interpretación de diversas fuentes e historiadores.
La modernidad y la supuesta centralidad de Europa.
En efecto, la modernidad comienza con la llegada de Colón a estas tierras, pero entonces Europa no era el centro, más bien era la periferia del mundo. Incluso, según el filósofo argentino Enrique Dussel, ni siquiera lo era en el comienzo de la revolución industrial. Dussel dice, por ejemplo, que la China en 1870, producía más acero que Estados Unidos, para ejemplificar el poder que ya poseía ese inmenso país asiático. Más aún, afirma que fueron los chinos quienes descubrieron el acero ya en el siglo II y habrían sido los que permitieron la instalación de ese producto estratégico tanto en Inglaterra como en EE.UU.
Su propósito apunta a rehacer la historia de una manera contraria al eurocentrismo imperante. Parece increíble, pues estamos imbuidos de una historia contada desde categorías europeas, pero Dussel relata que fueron ingenieros chinos quienes instalaron las fábricas en Inglaterra y Norteamérica para producir acero y favorecer la revolución agrícola en esos países a partir del desarrollo de nuevos tipos de arado en invenciones al efecto. Es difícil pensar lo que nos dice Dussel sin despojamos de los preconceptos ideológicos europeos, que podríamos llamar de “derechas” o “izquierdas”, categorías por otra parte a esta altura del siglo XXI anacrónicas, sobre todo después de la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS.
Para seguir con el “enfoque” que nos quiere dar Dussel, China habría descubierto el papel en el siglo IV y la imprenta en el VIII. Esto quiere decir mucho antes que en Europa se tuviera siquiera idea de qué se trataba eso. Para hacer más increíble esta mirada, Dussel nos dice que un legado chino llegó a Florencia en 1434 en forma de una colección de libros que desarrollaban temas referidos a la tecnología militar, tecnología agrícola y astronomía entre otras cosas. Según él, Leonardo Davinci solo habría sido un simple “copiador” de libros chinos. Y a nosotros nos enseñan lo gran genio que fue. ¡¿El Renacimiento fue originado en China?! ¿Creer o no creer? No parece ser un tema de fe sino de documentos históricos que pueden dejar “patas para arriba” toda la historia que nos vienen contando desde la escuela primaria.
Desde esta “revolucionaria” visión, la supuesta “centralidad” europea en la historia mundial comienza hace no más de 140 años. Antes de eso los que estaban en el centro eran la China y la India, quienes tenían todos los productos del comercio. ¿Se trata de un delirio de Dussel? Será materia de una investigación más amplia de su libro “Política de la Liberación, historia mundial y crítica”, por ahora nos quedamos con esto.
América latina, extremo oriente del extremo oriente.
El subtítulo parece un juego de palabras, pero no lo es, ya vamos a ver. En nuestro esquema de aprendizaje tenemos “internalizado” una manera de entender la historia y la filosofía. Por ejemplo, nos enseñan “historia o filosofía antigua” y con ello se hace referencia a la Grecia antigua y a los romanos; de igual manera nos explican que hubo una “historia y una filosofía medieval” y finalmente la edad moderna o modernidad, ahora incluso ya nos hablan de post modernidad. Todos hemos estudiado en este esquema con los matices de cada caso o institución. ¿De dónde surge ese esquema de aprender la historia y la filosofía? Todo parece señalar al responsable ideológico de este “crimen”: Europa.
Europa nos enseña cómo aprender la historia y la filosofía, por supuesto donde ellos son el centro claramente, basta ver los mapas mundiales o los textos con los que nos enseñan en las escuelas y universidades. ¿Qué es sino cuando nos dicen que la filosofía nació en Grecia con los presocráticos en el siglo VII a.C.? O toda la escolástica que nos hacen tragar de la edad media, (¿media de qué?) a Agustín, Buenaventura, Boecio, Abelardo, Tomás, etc. Y, ¿qué decir de la modernidad con Descartes, Spinoza, Kant, Hegel y compañía? Este esquema lo venimos repitiendo hace 500 años. ¿No es hora de intentar una mirada distinta?
América en el mapa se encuentra al oeste, pero siempre la estudiamos en el contexto del llamado “descubrimiento” de Colón, lo cual constituye por lo menos un insulto al origen y desarrollo de los pueblos de estas regiones. Si vemos en el mapa, y propongo hacer un ejercicio en tal sentido situando a este continente en el lugar que le corresponde, es decir cercano a ese extremo oriente, veremos cómo América pudo haber sido influenciada por las culturas orientales mucho antes que la europea. Hegel decía que el mar Mediterráneo era el centro del comercio mundial, si observamos el mapa, en el ejercicio que les propuse, veremos que no puede ser posible eso, es un mar muy pequeño para serlo, quizás solo haya sido central para algunas culturas, pero no para todo el mundo y aún Europa es también muy chica en el marco general de todo el planeta para estar en el centro.
No parece haber dudas que la centralidad en realidad haya estado en el mar de la India o el Pacífico, es decir China que parece clave para romper nuestro eurocentrismo oxidado, sea de izquierda o de derecha y que nos impide ver nuestra identidad no como un “híbrido” sino como ese hombre nuevo, vital y fértil, atravesado por innumerables culturas. No somos indígenas, no somos europeos. Quizás necesitamos hacer un esfuerzo mayor para saber quiénes somos, impidiendo que nos vendan con nuevas recetas las viejas leyendas de los propios europeos cuyo único fin fue y, en algún sentido sigue siendo, someternos a sus dictados.
Es evidente que mi ejercicio solo apunta a iniciar una reflexión mucho más profunda, que me excede por el momento, y para lo cual es necesario saber más, consultar más fuentes, pero sobre todo tratar de tener una mente abierta para rehacer toda la historia y la filosofía de nuestra cultura, y de esa manera romper el corroído imperio del eurocentrismo anacrónico.