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Prof. Cristian Giambrone

Chantal Mouffe: La Paradoja de la Democracia*

Actualizado: 19 ene 2024


Con la revolución democrática de la modernidad, el principio de que “el poder debe ser ejercido por el pueblo” vuelva a emerger, pero bajo un marco simbólico configurado por el discurso liberal, con su enérgico énfasis en el valor de la libertad individual y los derechos humanos. Valores nucleares de la tradición liberal y de la visión moderna del mundo.


Esta realidad nos pone en la necesidad encarar una nueva forma política de sociedad cuya especificidad emana de la articulación entre dos tradiciones diferentes.


Por un lado: la tradición liberal, constituida por el imperio de la ley, la defensa de los derechos humanos y el respeto irrestricto de la libertad individual. Por otro lado: la tradición democrática, cuyos principios son la igualdad, identidad entre gobernantes y gobernados y soberanía popular. La relación entre estas tradiciones hizo que el liberalismo de democratizara y que la democracia se liberalizara.


La tendencia dominante actualmente es identificar a la democracia casi exclusivamente con el estado de derecho y la defensa de los derechos humanos, dejando a un lado el elemento de la soberanía popular, juzgándolo obsoleto.


En este sentido, en una democracia liberal, lo que no puede ser objeto de discusión, es la idea de que es legítimo establecer límites a la soberanía popular en nombre de la libertad individual. De ahí su naturaleza paradójica en relación con el ideal de la “demos”.


Por eso, la Democracia Liberal es el resultado de la articulación de dos lógicas que en última instancia son incompatibles, no habiendo posibilidad de reconciliarlas sin imperfección. Lo que hace que el discurso y la idea de consenso que tanto se pregona (por lo menos en la política argentina) no sean realizables. No se puede lograr el consenso sino solo se puede aspirar a la búsqueda de diversos modos de negociación dentro de una tensión constitutivamente ineludible.


La idea de “democracia liberal” es en sí misma paradójica y por eso mismo el enfoque actual del “modelo de consenso” es incapaz de comprender las dinámicas de la política democrática moderna.


Contrariamente a lo que creyeron Rawls y Habermas, desde sus distintas posturas, no es posible, mediante los adecuados procedimientos deliberativos, superar el conflicto entre los derechos individuales y las libertades, por un lado, y las demandas de igualdad y participación popular, por el otro.


Ni Rawls ni Habermas son capaces de ofrecer una solución satisfactoria, porque uno y otro terminan privilegiando una dimensión sobre la otra: el liberalismo en el caso del primero, la democracia en el caso del segundo.


En este sentido, solo si nos adaptamos a la paradójica naturaleza de la democracia liberal, sin caer en la búsqueda de un consenso inaccesible, podremos proponer un modelo más adecuado de política democrática. Dicho modelo puede entenderse como una “confrontación agonística” entre interpretaciones conflictivas de los valores que constituyen una democracia liberal.


En esta confrontación, la configuración izquierda/derecha desempeña un papel crucial, y la ilusión de que la política democrática podría organizarse sin estos dos polos nos conduce necesariamente a la proliferación de diversos de “modelos de consenso” que solo consolidan el estatus actual de las relaciones de poder.


La tensión entre sus dos componentes sólo puede estabilizarse temporalmente mediante negociaciones pragmáticas entre fuerzas políticas, y dichas negociaciones siempre establecen la hegemonía de una de ellas. En la actualidad, la estabilización lograda durante el período de hegemonía del neoliberalismo aparece prácticamente libre de todo cuestionamiento.


Como consecuencia, tan pronto como desaparece la propia idea de alternativa a la configuración existente de poder, lo que desaparece con ella es la propia posibilidad de una forma legítima de expresión de las resistencias que se alcen contra las relaciones de poder dominantes propias del neoliberalismo de mercado. Así, es statu quo queda naturalizado y transformado en el modo en que “realmente/naturalmente son las cosas”.


En este panorama, con la izquierda desacreditada (con justa razón), y eliminada cualquier posibilidad de transformación de las relaciones de poder neoliberales en el marco del dogma de las virtudes omnicomprensivas del mercado y los peligros de interferir en sus lógicas, no es sorprendente que los partidos populistas de derechas estén protagonizando significativos avances en muchos países.


Estas derechas populista crecen con la demagogia dirigida a la masas descontentas por las crecientes brechas salariales y las constantes flexibilizaciones laborales que no hacen más que de degenerar en precarización laboral, en el marco de un contexto ideológico mediático que consagra el emprendedurismo y la autoexplotación hiperindividualista, con las consiguientes consecuencias de un futuro harto imprevisible y el agotamiento psicológico emocional de un amplísimo conjunto de la sociedad. Todo eso no puede derivar más que en estallidos de descontento social, manifestaciones populares y represiones estatales.


Lo que hasta aquí vengo diciendo, junto a Chantal Mouffe, es que el antagonismo nunca puede ser eliminado y es una posibilidad siempre presente en la política. Por eso se vuelve necesaria una perspectiva, un proyecto, que logre integrar lo constitutivamente paradójico de la política democrática liberal. Ese proyecto será el “pluralismo agonístico”. Lo propio del agonismo es que no implica una relación entre enemigos irreconciliables entre sí, sino una relación entre “adversarios”, que paradójicamente puede entenderse como “enemigos amistosos”.


Es decir, son “amigos” en tanto comparten un espacio simbólico común, y al mismo tiempo son “enemigos” en tanto que quieren organizar de un modo diferente ese espacio simbólico común. Lo valioso de esta perspectiva consiste en crear un espacio donde la confrontación se mantiene abierta, donde las relaciones de poder están siempre cuestionándose y ninguna postura, ningún bando, puede obtener la victoria final.


Esto exige la aceptación de que el conflicto y la división son inherentes a la política y de que no hay ningún lugar donde pueda alcanzarse definitivamente una reconciliación como pretenden los que buscan el tal anhelado consenso.


Pensar que darle lugar al pluralismo puede llegar conducirnos algún día a un sistema perfectamente articulado es plantear un ideal que se refuta a sí mismo, dado que la pluralidad de perspectivas engendra necesariamente miradas encontradas. De ahí la importancia de reconocer su naturaleza paradójica.


*Este artículo es una síntesis adaptada de la teoría política de Chantal Mouffe aparecida en su obra "La paradoja democrática: El peligro del consenso en la política contemporánea".

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