Cuenta la historia oficial de la República Argentina, que un 25 de mayo de 1810 se consolidaba la Revolución en la que se destituía al virrey Cisneros y se instauraba la Primera Junta (provisional) de gobierno en Argentina.
Como buenos políticos (y cuando digo "buenos" no lo hago para referirme a una supuesta bondad o beatitud en ellos sino que me refiero a que ejercían de modo eficaz su mezquino oficio), como buenos políticos decía, Beruti, Saavedra, Castelli, Paso, Moreno, entre otros, tuvieron un muy buen sentido de la oportunidad para construir nuevos espacios de poder en los que regocijarse.
Como dice el manual de Maquiavelo, lo que importa es conquistar el poder, mantenerlo y expandirlo, sin hacer distinciones morales o éticas. La política es pragmática, se trata de lo que se hace y no de lo que debería hacerse. Así han obrado siempre aquellas personas que corren detrás del poder, bajo la forma que sea.
Tuvieron buen sentido de la oportunidad, decía, justamente porque el sistema colonial español se estaba desmoronando, Napoleón Bonaparte había ocupado España obligando tanto a Carlos IV como a Fernando VII a abdicar a la Corona de España.
En este escenario aparece Juan José Castelli proponiendo la teoría de la retroversión de la soberanía en la que en ausencia de su soberano, el pueblo debe encargarle el poder de gobernar a un organismo designado por el propio pueblo. En resumidas cuentas, así aparece la Primera Junta de Gobierno.
Un dato interesante es que el nombre completo de esa Primera Junta es "Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII".
¿A nombre de quién? Sí, a nombre del rey de España, en un movimiento estratégico para desconocer la autoridad de José Bonaparte, que había sido nombrado por Napoleón en reemplazo de Fernando VII.
Es decir que, oficialmente, la Junta no se presente como revolucionaria del orden colonial establecido tradicionalmente sino como continuidad de y protección a ese mismo orden.
¿Fueron o no revolucionarios los promotores de la Primera Junta? A primera vista no. Sin embargo hay quienes dicen que, de modo pragmático para la toma del poder, las proclamaciones de lealtad a la Corona de España no eran genuinas y constituían tan solo un movimiento estratégico que ocultaban las verdaderas intenciones independentistas de los impulsores de la "revolución".
Esa estrategia ha recibido el nombre de la Máscara de Fernando VII, y es completamente verosímil. Sin embargo, lo que propongo es dar un paso más desde la misma lógica de razonamiento.
Las declaraciones de independencia también son una máscara que ocultan otras intenciones, las verdaderas intenciones, crear nuevos espacios de poder aprovechando el desmoronamiento colonial de España. A mi juicio, esos "próceres" y "patriotas" fueron una variante de los conquistadores que instrumentalizaron las ideas de libertad para construir sus propios espacios de poder, mantenerlos y expandirlos. Cuando hablaban de libertad no era más que la mera palabrería de cualquier discurso político en plena campaña electoral, pura parodia y la peor de las imposturas.
En vistas de estas consideraciones, creo que ya es hora de dejar atrás los cuentos escolares. No hay próceres, hay individuos de carne y hueso muy precarios y mezquinos, como cualquiera de nosotros. Debemos cuidarnos de los cultos personalistas. Cuidémonos de terminar construyendo nuestro propio santoral de próceres y de terminar rindiendo culto servil a las estampitas propagandísticas de simples mortales.
Quizá esto deba llevarnos a una profunda actitud de sospecha, a un escepticismo que nos haga salir de la credulidad, a una incomodidad que en lo inmediato nos haga no comprometer incondicionalmente nuestro voto con nadie. A día de hoy, ya no puede convencernos la prédica débil de que la culpa o la causa de lo mal que le va a un gobierno es el gobierno anterior, o las circunstancias internacionales, o las estrategias de la oposición, o los relatos de ciertos medios de comunicación, etc.
Lo más importante que quizá podemos concluir de todo esto no es una solución concreta, pero es la condición de posibilidad de una solución concreta en el futuro de largo plazo. Esa condición de posibilidad es el profundo convencimiento de que definitivamente el camino ya no es seguir por el mismo camino por el que venimos. Debemos reinventar el sistema político, cambiar de raíz los mecanismos desde lo que funciona y quizá, como sugería Simone Weil, comenzar por la supresión general de los partidos políticos.
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