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Dr. Alan Regueiro

Pensar en Tiempos de Crisis

Actualizado: 27 dic 2023


"Todo aquel tiempo fue como un largo sueño. La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, en apariencia cerrada, se abría bruscamente. Y despertados por ella con un sobresalto, tanteaban con una especie de distracción sus labios irritados, volviendo a encontrar en un relámpago su sufrimiento, súbitamente rejuvenecido, y, con él, el rostro acongojado de su amor. Por la mañana volvían a la plaga, esto es, a la rutina." (A. Camús, La peste).


Casi como una profecía involuntaria, el escritor francés Albert Camús describió con exquisita precisión literaria su obra La peste. Allí se relata una epidemia infecciosa en Orán en pleno siglo XX. una realidad que, hasta hoy, nos parecía solamente propia de un relato histórico prácticamente medieval, o solamente propio a una novela del género dramático.


Esta obra presentada en el año 1947 se empapa de vigor en estos tiempos, donde nos encontramos viviendo sometidos a un enemigo invisible que al parecer no sólo tiene la capacidad de doblegar, vulnerar o incluso aniquilar; sino también la de obligar a reflexionar, desde la intimidad del aislamiento, y plantearnos a la luz de nuestra propia circunstancia, si puede existir una fórmula que infunda un sentido, contingente pero a su vez necesario, para creer que aún, en lo absurdo de la vida, valga la pena seguir esperando, aun cuando parece que toda construcción humana -que servía como plataforma de la existencia (la libertad, la autonomía, la ciencia, la sociabilidad o la economía)- evidentemente se ha fragmentado una vez más.


Resulta incuestionable que la especie humana, en su totalidad, está experimentando un cambio de era, donde el «sinsentido» de los días y de la situación se ha hecho una constante de diálogo en los solitarios hogares confinados al mínimo vínculo.


No se trata, solamente, de protegerse contra un virus altamente infeccioso, sino también, y puede ser lo más incómodo, nos ha impedido protegernos de nosotros mismos en las ocupaciones cotidianas, y nos ha hecho enfrentarnos con nuestro silencio y, por tanto, con la manera de habitarnos a nosotros mismos.


Pensar lo humano desde una realidad critica beneficia la introspección y la posibilidad real de considerar los acontecimientos desde la circunstancia y no desde el mero juego teórico o filosófico. Bastó un virus para recordar la fragilidad del hombre, como diría Pascal en sus Pensamientos:


El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza, pero un junco que piensa. No es necesario que el universo entero se arme para aplastarle. Un vapor, una gota de agua son bastante para hacerle perecer. Pero, aun cuando el universo le aplaste, el hombre sería más noble que lo que le mata, porque él sabe que muere. La pandemia nos hace conmemorar la «igualdad» frente a la vulnerabilidad y la muerte. Aquí no se nos distingue, somos contemplados todos a la vez con cínica identidad.


Nos lleva a hacer conscientes que la auténtica pandemia no es solamente la viral, sino la moral. La primera, tarde o temprano pasará. La segunda, marcará un destino. En plena crisis mundial, que aún no pareciera asomar fin, han salido a flote actitudes irracionales como la insolidaridad, la irracionalidad, la irresponsabilidad y la infelicidad mezquina. Pero como diría Camús en La peste: El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad.


La pandemia será finalmente, en un futuro, la metáfora de una humanidad que fue, lo que quiso ser en ese momento. Esta lamentable circunstancia, que pareciera haber detenido el tiempo convirtiéndolo en un lastimoso «ahora», al parecer, y repito, al parecer, ha puesto en evidencia la máxima de Hobbes: homo homini lupus – el hombre es lobo para el hombre-.


Pudiera ser que el cuestionado contrato social era definitivamente necesario, y que, finalmente no se trataba de educar al buen salvaje, sino más bien, evitar, mediante el poder superior, las normas y la coacción de la fuerza, que el hombre se destruya a sí mismo y por su irresponsabilidad, exponga al sufrimiento a sus semejantes.


Es cierto que, en muchos casos, el hombre actúa sometido bajo el sentimiento del terror por la situación que, al parecer, no se detiene en su crecimiento abismal, arrasándolo todo sin perdonar a nadie. Pero hay un sentimiento que puede ser aún peor y es el sentimiento del hastío, el de la habituación. Es el riesgo de acostumbrarse a vivir con la muerte, con los números que crecen; acostumbrarse al sinsentido de la vida que, finalmente, si no la asumimos como lo que es y no como lo que debiera, nos expulsará de ella, exigiéndonos vivir en un constante enajenamiento o en otros términos, en un permanente estadio similar al del mito de Sísifo.


Lo absurdo de la realidad no es otra cosa que suponer estar «llamado» a algo en un mundo que guarda silencio. Entonces ¿qué nos queda por hacer? Camús propondría el debate entre el «suicidio» o la «autoafirmación» en el mundo, dotándolo de sentido y de significado. Pensar el «suicidio» como posibilidad, es reconocer que la vida nos ha pasado por encima.


No es el intento de «descubrir» un sentido, como si este se encontrara oculto en las cosas; sino, más bien, asignar un «para qué» que nos permita seguir creyendo en la bondad, o incluso, en la utilidad de la existencia.


De igual forma, continuando en esta comparación con de la obra de Camús; dentro de la «i-lógica» de lo absurdo puede que exista un cierto tipo de redención. Esa redención se encuentra en nuestro diálogo inteligente con la circunstancia, asumiendo que el sentido de ésta no se encuentra en otro lado más que en nosotros mismos; y que de nosotros mismos depende su significado y, mediante su justificación, nosotros mismos podremos salvarnos. Parafraseando al escritor español Ortega: “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.


Esa resignificación de la realidad, que posibilita nuestra autoafirmación con la vida misma, no es otra cosa que el aprovechamiento de la circunstancia, buscando asignarle su necesidad para nuestra presencia y nuestra felicidad. Aquello que Nietzsche explica en su obra Ecce Homo:


Mi fórmula para la grandeza en el hombre es amor fati [amor al destino]: no querer que nada sea distinto, ni en adelante, ni en el pasado, ni por toda la eternidad. No solo soportar

lo necesario, menos aún disimularlo, sino amarlo...


Evitar al absurdo y el hastío en tiempos de cuarentena, es una provocación para redefinir lo que hasta ahora considerábamos como algo «básico». La peste y la muerte, en la obra de Camús, pero, sobre todo, en la realidad que nos ha tocado, nos posicionan delante de los interrogantes fundamentales que por naturaleza buscamos evitar.


Las preguntas que surgen a partir de la soledad que provoca el no poder estar con aquel a quien la enfermedad ha alcanzado, o la nostalgia del calor del abrazo y la extrañeza de los seres amados nos atraviesan de pies a cabeza. Y nos hacen, en esta circunstancia, recordar el valor de estas «obviedades», o resignificarlas con un sentido aún más profundo. Hará que podamos renovarnos en aquello que, hasta hace muy poco su carencia nos parecía imposible.


Al igual que en La peste, también vemos hoy que existen justos que se sacrifican por la totalidad. Individuos silenciosos, abnegados, que de una forma u otra justifican su existencia y por ende la de la existencia humana, ya que, como afirma el Talmud: “Salvar a un hombre es salvar a la humanidad”.


Esas personas que creen que aún, en medio de la peste - «nuestra» peste -, el ser humano merece otra oportunidad que le dignifique de una vez por todas, y que esa oportunidad sea recordada por siempre en medio de su circunstancia, dejando en esta humanidad una cicatriz imborrable que le recuerde siempre su propio sentido y su puesto en el cosmos.


“Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo…” (A. Camús, La peste).


 
 

Texto también publicado en la revista https://democresia.es/

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