La historia y mi memoria se confunden en un registro impropio de ese momento. Mi vida, mi pasado, mis deseos y mi realidad finalmente son un hecho histórico. Paradojas de la edad, la memoria se convierte en enemigo de la historia.
Como todo humano, solo sabemos lo que vivimos cuando la vida se convierte en didacta del espíritu. Meta-humano, híper-viviente e híper-sexuado son las condiciones y el riesgo de nuestra existencia y yo no escapé a esas condiciones ni al riesgo, y de allí el valor de esta historia que viene a mi memoria.
Teníamos 17 años, en 1977, era el principio del Terrorismo de Estado que había sido precedido por la violencia política, un país hemoclista, que aportaba lo suyo en una épica miserable al hemoclismo del barbárico siglo XX.
Era el reino de la adolescencia sin dinero, donde estudiar y/o trabajar era el paradigma vigente. Solo había lugar para ser héroe o santo. Pero el país hacia su opción por la violencia, el integrismo y la ideología, 40 años después vivimos como nos propusimos, sin héroes, sin santos, plagados de fanáticos, grosería inculta, muerte prematura, pobreza y corrupción, es decir sin destino.
Pero volvamos a 1977. Alejandro y yo nacimos fuera de tiempo, en nuestro mundo había buenos, causas nobles y malos con causas aberrantes. Pero el país ya no tenía causas buenas o causas malas, solo tenía sangre.
En ese tiempo y lugar nuestra imaginación fue la salvación y la historia y la historieta nuestro alimento. EL TONY, DARTAGÑAN, INTERVALO, FANTASIA, eran nuestro elixir y el alimento de nuestra miserable vida, ahí podíamos viajar a mundos donde la humanidad tenía un propósito, donde los valores y como vivirlos era el problema a resolver, donde el hombre era ese ser en discusión con los dioses y su propia naturaleza.
Y ahí conocí a Nippur, desde esa Argentina Hemoclista viaje a Sumeria. Conocí a Nippur y fui Nippur. Y como a Nippur, Argentina como Lagash también nos expulsó.
A su manera y a su tiempo, fuimos expulsados de la ciudad de las blancas murallas, pero cuando la oscuridad nos inundo o la mediocridad y la corrupción nos penetró, el Nippur que fuimos y somos nos permitió vivir firmes y dignos.
Ahora tuerto y con poco me dispongo a recordar. Era la época del cine de super-acción, el cine épico, el cine de la historia novelada, y de las historias de Robin Wood, era intercambiar las revistas en el club para seguir leyendo ese pasado que formaba nuestro futuro.
Nippur, Dago, Mark, Harry Wite y Gilgamesh, eran los sujetos vitales que se mezclaban con nuestra vida, pero que ponían un manto de humanidad en esa sociedad de sangre que ahora también iniciaba con el Rodrigazo su camino a la pobreza.
El tenis era caro, el Titán de Guillermo Vilas era el Nippur contemporáneo de nuestras vidas; el boxeo era la apoteosis de un mundo donde el combate tenía reglas, pero nosotros no teníamos el hambre del boxeador ni la plata para la raqueta y la cancha de tenis; y por eso en un alarde de intelectualidad difusa, la agonía y el agón se encarnaron en karate.
Y ahí se ordena este recuerdo histórico. Adolescencia, una época de hemoclismo y nacidos fuera de tiempo y lugar. Karate de pobre y las revistas de historietas que se mezclaban con el cine de super-acción. Todo esto se imprimió en nuestra vida, todo esto nos hizo un poco o mucho Nippur y desde siempre hemos intentado vanamente volver a Lagash, la de las blancas murallas, sabiendo que será imposible, que solo somos dueños de su recuerdo.
Era un martes de noviembre de 1977, hacia tres años que nos habíamos sumergido en la práctica del karate, de ese karate tremendo de la década del 70, (Dioses, como me gustaba y como me fascina hoy).
Con mi amigo, hermano, ya fallecido en la guerra de Croacia, (que como todo soldado hizo lo que debía: combatir y morir), nos fuimos al dojo en un día que no teníamos clase, practicábamos todos los días, era algo tan normal practicar como leer el Tony o Dartagñan. Ponerse el karategui era como tomar la espada de Nippur o ingresar al dojo de Harry Wite. No sabíamos casi nada, éramos unos cinturones amarillos, pero éramos en serio cinturones amarillos, porque el Sensei era otro Nippur Oriental (Hiroshi Oshima) y entonces la mezcla era totalmente explosiva.
Era vida en un universo de muerte. Entonces la puerta del dojo se abrió, y tres adultos con 30 y pico de años con tremendos karateguis y cinturones negros entraron. Nos preguntaron a que hora era la clase, le dijimos que los lunes y miércoles y que hoy martes no había, y que nosotros estábamos practicando por nuestra cuenta.
Sin dudar nos dijeron si queríamos practicar con ellos, eran integrantes del equipo suizo de
karate y estaban volviendo del Mundial de Tokio. Desde la desmesura y la inconsciencia
dijimos que sí. Fue una hora y media donde recibimos y vivimos en múltiples dimensiones
nuestro mundial, barridas, patadas, lances, golpes todo a la velocidad y potencia de Europa.
Todo el kumite imaginado y no imaginado se nos calcó en el cuerpo. La sorpresa y el disfrute solo pudimos comprenderla con el paso del tiempo. Estábamos en un universo alterno y no queríamos volver al nuestro. Finalmente el entrenamiento concluyó. Fueron 15 kumites de 3 minutos con estos karatekas salidos de un portal interestelar.
Cuando terminamos de saludar, uno de ellos, el que hablaba castellano, nos pregunto nuestros nombres y qué hacíamos, y nos dijo que él era ROBIN WOOD.
EN ESE MOMENTO NO SALIAMOS DEL ASOMBRO. Sabíamos algo de la práctica de karate de Robin, pero esto se salía de todo molde. El autor de Nippur, de Gilgamesh, de Dago, de Mark, Harry Wite, estaba frente a nosotros, haciendo kumite después del Mundial de TOKIO.
Nunca pude olvidar este encuentro. Yo, un adolescente sin dinero, hijo de la historieta de
Robin Wood y del cine de super-acción, me convertiría en competidor mundial en Australia
1986, 10 años después de ese encuentro con los dioses, y en profesor de Historia en 1988.
¿Cuánto de ese momento incidió en mi vida? ¿Cuánto Nippur y cuánto Robin Wood hay en mí? Imposible saberlo, solo que también imposible negarlo.
Yo combatí con Nippur de Lagash. Yo hice kumite con Nippur, con Gilgamesh, con Dago y Robin Wood y tengo que escuchar que una chusma desconcertada me pregunte ¿Y vos dónde estabas durante la dictadura? Estaba combatiendo con Nippur. Tratando, desde ese momento, de regresar a Lagash de las blancas murallas, aún sabiendo que nunca podría volver.
SOY Y SERÉ HERMANO DEL ERRANTE.
Por: Dr. Gerardo Oscar Tozzi
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